Pasar un día en la ciudad de Venecia
te da por lo menos cinco años más de vida.
Es tanta la belleza que se contempla
paseando por sus calles, que hace que los detalles más sombríos de
la vida diaria queden al margen, al menos por unos instantes.
Porque según sales de la estación de
tren entras a formar parte de un paisaje de cuento de piratas y mares
lejanos...
Me dieron ganas nada más pisar suelo
firme de tirarme al gran canal para comprobar que era agua de verdad
lo que separaban unas calles de otras. Evidentemente no lo hice, mas
que nada por el revuelo que se armaría, siendo yo una persona
discreta no habría quedado bien salir del agua oliendo a trucha
mojada con el pelo encrespado, con la consecuente pérdida de glamour
que eso conlleva.
Así que descartado uno de mis primeros
impulsos en tierras venecianas me dispuse a observar todo lo que
había a mi alrededor.
En primer lugar y aunque ya caía la
noche, me sorprendió el gentío que transitaba de un lado a otro,
imaginaos la Gran Vía a las 5 de la tarde de un domingo, pues un
tumulto parecido de gente paseaban de un lado a otro: chinos mapa en
mano, alemanes arrastrando maletas y unos pobres madrileños perdidos
en busca del hotel donde alojarse por dos noches.
Como no sabíamos a donde ir, decidí
mirar el extraño barco que allí llaman Vaporeto, algo parecido a
los autobuses de la EMT, con unas paradas ya establecidas que
recorren Venecia. Ganas de me dieron de subir con maleta y
todo...pero no procedía, lo primero era lo primero, debíamos buscar
el hotel que según los amigos de Bookin quedaba a 5 minutos de la
estación. Pero no sabíamos si eran cinco minutos andando, en
vaporeto, en avión o en colibrí. Lógicamente eran cinco minutos en
colibrí pero como por allí no volaba ninguno en ese momento
optamos por la primera opción...caminar.
Tras preguntar al amigo Francesco de la
pizzeria di Venecia encontramos el humilde hotel, que podría ser
perfectamente la casa de una banda de la mafia napolitana. Aunque bien es verdad que nuestra habitación no estaba del todo mal. Había
camas y baños utilizables, puertas ocultas y un cuadro de un
unicornio azul celeste. Nada malo podría acontecer en la habitación
con dicho cuadro en la pared.
Y tras tirar la maleta en el suelo sin
remordimiento alguno salimos a perdernos por las calles de piedra,
sin miedo al frío, ni a los chinos con mapa en mano y dispuestos a
cenar algo poco usual y nada típico de Italia. Una gran pizza
veneciana. Que descartamos, porque si algo tienen mis amigos es que
apenas comen...así que nos dimos a la bebida típica de cualquier
país, la cerveza, pero veneciana que tiene más glamour y es como
otra cualquiera.
Fueron pasando las horas y el cansancio iba
apoderando de nosotros,,,no le importaba el lugar ni na, así que
tuvimos que volver al hotel a descansar.
A la mañana siguiente lo primero que
me tope tras salir del hotel fue una hermosa gaviota tamaño gato
montés, que me miro con ojos de hambre y no tuve más remedio que
intentar entablar algo de conversación con ella, sin éxito alguno
por su parte...por la mía si, puse todo mi empeño, pero nada, así
que decidí únicamente contemplarla y hacerla una foto.
A continuación y con gaviota en mano, cruzamos el puente para llegar al otro lado(evidentemente los puentes
se cruzan para llegar al otro lado) para desayunar un suculento
capuccino y un bionche, que es un croasan o curasan de chocolate.
Solo uno porque mis amigos como ya sabéis no comen casi. Se
alimentan prácticamente del aire. Y llegamos, con la tripa llena, a
la piazza de San Marcos....
Continuará...